20 octubre, 2015

Torre del Tajo.


   La torre de El Tajo está situada sobre el borde del acantilado del mismo nombre, a una altitud de 100 metros sobre el nivel del mar. Con planta circular y una altura de 14 metros, es un robusto edificio construido en mampostería. Tiene forma troncocónica sobre plinto circular de catorce metros y cinco centímetros de altura hasta el pretil del terrado El vano de entrada da paso a un zaguán engastado en el muro de la torre y éste, a su vez, al único habitáculo de la misma, que se asienta sobre su colmatado cuerpo inferior.
   La estancia de la torre es circular y se cubre con una bóveda semiesférica, en cuya clave se observa un óculo para facilitar la comunicación con el terrado. En esta estancia se encuentra la entrada a la caja de la escalera helicoidal, también embebida en el muro, que conduce a la garita. Se encuentra en buen estado de conservación gracias a la acertada restauración que se llevó a cabo entre 1992 y 1993.
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   Felipe II mandó fortificar la costa mediterránea y Sur-atlántica, para impedir el asedio y ataque de corsarios.  Se trató de una gran empresa de ingeniería militar. La situación geográfica de la península ibérica ha sido clave en todas las épocas.
   La Torre del Tajo -antiguamente llamada de la Tembladera- fue construida entre finales de siglo XVI y principios del siglo XVII, tras la petición de las Cortes y bajo la dirección de los Duques de Medina Sidonia. En un principio, el encargado de la obra fue el Capitán General de Artillería, Francés de Álava, asesorado por el ingeniero Pedro Libado que se encarga del reconocimiento del Terreno. A partir de 1577 el encargado del trabajo será Bravo de Laguna, las obras sufrieron unos 10 años de retraso en sus comienzos, acabándose en torno a 1638, aunque algunas de las proyectadas ni tan siquiera se comenzaron.
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   Entre los siglos XV y XVIII, las costas mediterráneas de todos los reinos cristianos de Europa sufrieron numerosos asaltos de piratas de origen berberisco, que procedían principalmente de los puertos de Tetuán, Argel y Salé. Estos asaltos se debían al enfrentamiento del Imperio Turco contra las potencias cristianas europeas a lo que se añadía en este caso la cercanía de la costa y la buena información que se tenía de esta debido a los moriscos y judíos expulsados de España. Resultaban muy buenos informantes al mismo tiempo que se unían a los piratas como uno más. 
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   Los asaltos se producían sobre barcos cristianos y sobre las tierras ribereñas, principalmente españolas e italianas. Buscaban sobre todo hacer cautivos para exigir un rescate por ellos, o bien para su venta como esclavos en distintos mercados africanos. Este fue el caso de Cervantes que pasó cinco años como esclavo en Argel, hasta que fue liberado por los monjes trinitarios: Ordinis Sanctae Trinitatis et Captivorum, la orden de la santísima trinidad y de los cautivos . Fue la primera institución oficial en la Iglesia dedicada al servicio de la redención con las manos desarmadas, sin más armadura que la misericordia, y con la única intención de devolver la esperanza y rescatar a los cristianos  que sufrían  cautividad.





   El Estrecho es una de las zonas  que ha sufrido en mayor grado el azote pirata. Evidentemente por razones geográficas y también porque durante la temporada de las almadrabas se reunía  gran número de gente en la costa. En una época en que aún se estaba pasando de las galeras a los barcos de vela la navegación en invierno resultaba demasiado peligrosa. Esto hacia que coincidieran la temporada en las almadrabas con la época del año más favorable para la navegación.
  Los ataques berberiscos eran una de las principales causas que desmotivaban para habitar en la zona costera. Tanto se podía estar pescando en Barbate como siendo vendido como esclavo en alguna plaza de Argel. Con el problema añadido que una escasa población debilitaba más las defensas de estas zonas costeras. Debido a la piratería berberisca la costa española siguió siendo durante muchos años un frente de guerra, de modo que los habitantes de la costa no pudieron vivir tranquilos hasta el siglo XIX.



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